martes, diciembre 30, 2014

El seductor

Como todo escritor de éxito, Javier Cercas no deja indiferente a casi nadie. Sus fans son numerosos, pero sus detractores pueden ser igualmente apasionados. Entre estos últimos, hay un poco de todo: militantes de izquierdas que no entienden su obsesión por dignificar a personajes franquistas; independentistas que no le perdonan que despotrique alegremente contra el nacionalismo catalán desde Girona; literatos escandalizados porque su prosa exija muy poco esfuerzo al lector y sea, al mismo tiempo, tan lucrativa; y, last but not least, historiadores que miran con desdén cualquier indicio de intrusismo profesional. Prejuicios ideológicos e intereses gremiales a parte, lo cierto es que el tono vagamente provocador con el que Cercas suele aderezar sus escritos –una actitud, hay que decir, no siempre justificada, teniendo en cuenta que muy a menudo se limita a reciclar de forma elegante tópicos inofensivos para los beneficiarios del statu quo– le ha granjeado numerosas enemistades entre el público lector más exigente. 

El impostor, la última novela de éxito de Cercas, trata sobre la vida de Enric Marco, el célebre falso deportado que fue descubierto en 2005. Como era de esperar, el tema del libro ha proporcionado renovada munición a los críticos del escritor. Se sospecha que la elección de tan cuestionable personaje se debe a su total falta de escrúpulos para explotar las apestosas minas de la morbosidad pública en busca de un superéxito de ventas. Por si fuera poco, se dice, las consecuencias del libro podrían ser tan o más condenables que sus orígenes espurios. Para escándalo de muchos, Cercas habría cometido su enésima gamberrada literaria, esta vez contra lo que él despectivamente llama la “industria de la memoria histórica”. Gracias a su influyente pluma, un personaje esperpéntico y digno de olvido como Enric Marco habría acabado injustamente inmortalizado.

Todo esto puede ser cierto y, de hecho, el mismo Cercas, consciente de sus puntos débiles, se ha protegido muy bien ante estas posibles críticas en los numerosos pasajes de la novela en los que, sin escatimar en detalles ni en preguntas reiterativas, relata los tormentos y los dilemas morales inherentes al intento de escribir sobre Enric Marco y arriesgar la propia alma en el intento. Y, a pesar de todo, es muy probable que, gracias a su última novela, Cercas recupere a muchos de los lectores que haya podido perder en los últimos años. El impostor es, sin duda, un buen libro, de lectura ágil y placentera, escrito con oficio e inteligencia. Tiene todos los ingredientes para atrapar al lector: una efectiva estructura paralela, en la que se combina la historia de Marco con el proceso de creación literaria e investigación detectivesca del narrador, un género en auge –el de la crónica o novela sin ficción, que atrae tanto a los fieles lectores de literatura como a los que han perdido la paciencia con el llamado “pacto ficcional”– y, por encima de todo, la suculenta historia de su protagonista, Enric Marco, cuya fascinante trayectoria vital se nos cuenta de principio a fin, y por el que uno acaba sintiendo una incómoda mezcla de vergüenza, simpatía y compasión. Quizás uno de los episodios más interesantes de El impostor es el que se da a finales de los setenta, durante la Transición, cuando Enric Marco se convirtió en un destacado líder anarquista. Si se piensa bien, este episodio resulta tan o más sorprendente que su fulgurante carrera como falso deportado. ¿Cómo es posible que alguien que nunca había militado en el antifranquismo ni había liderado una huelga fuera elegido secretario general de la CNT, justo cuando el anarcosindicalismo estaba experimentando un breve pero intenso proceso de expansión?

El impostor tiene el mérito añadido de plantear unos posicionamientos literarios e intelectuales muy transparentes, que invitan al lector al diálogo y a la discrepancia, en temas tan diversos como el narcisismo, el kitsch y las conflictivas solapaciones entre la historia y la memoria pública. Sin embargo, más allá de matices, gustos y diferencias de opinión, hay un aspecto de la novela que choca frontalmente con la realidad y que puede provocar reacciones de decepción o indignación entre los lectores: según Cercas, la resistencia contra el franquismo solo fue secundada por unas minorías completamente desconectadas del sentir general, organizadas en agrupaciones políticas de carácter marginal e irrelevante. 

Nadie puede negar a Cercas su derecho literario a la hipérbole, incluso en una obra sin ficción. En su día, los economistas Paul Sweezy y Paul Baran ya apelaron convincentemente a la idea de que la auténtica función del arte y de las ciencias sociales viene a ser la misma: exagerar determinados aspectos de la realidad para explicar la verdad. También es cierto que Cercas trata con admiración la historia de un pequeño grupo de jóvenes y valerosos antifascistas, que empezó a operar en Santa Coloma de Gramenet desde finales de enero de 1939, cuando las tropas franquistas acababan de ocupar la ciudad. Ahora bien, en su afán por escribir una obra redonda y sin cabos sueltos, a Cercas le ha convenido minimizar la existencia de, por lo menos, cientos de miles de españoles que sufrieron directamente la represión franquista en forma de cárcel, torturas y exilio. Los que participaron activamente en la lucha política contra la dictadura pueden haber sido una minoría, sí, pero su dimensión es considerable, no insignificante. El autor parece querer ignorar que, para una parte importante del país, incluso para los nacidos después del franquismo, lo más normal es haber conocido personalmente a varios represaliados del franquismo, ya sean familiares, amigos de familiares o familiares de amigos. Estas víctimas de la represión fascista no suelen querer darse importancia, ni pretenden ser constantemente homenajeadas, ni salir en la foto porque sí, ni dárselas de héroes. Su respetable número y su humildad generalizada desbaratan las pretensiones de ser reivindicadas por el autor como la rara excepción que confirmaría la insostenible regla sociohistórica defendida en El impostor: que, en el fondo, inconscientemente, aunque nos duela reconocerlo, todos seríamos, siempre según Cercas, una versión más o menos suavizada de Enric Marco y su patología narcisista. 

Javier Cercas, El impostor, Literatura Random House, 2014, 425 págs.